El trabajo científico de la sociología de investigar la realidad social no sólo descansa en el uso riguroso de metodología para producir evidencias empíricas, sino que también en el despliegue reflexivo de teorías y conceptos. Plantear preguntas y hacer distinciones requiere, tal como sostenía con brillantez el sociólogo C. Wright Mills, de hacer uso conjunto de la razón y la imaginación en público:

“Nuestra vida pública descansa ahora con frecuencia sobre definiciones oficiales, así como sobre mitos, embustes y nociones descabelladas. Cuando muchas políticas se basan en definiciones inadecuadas y erróneas de la realidad, quienes se afanan por definirla más adecuadamente están obligados a derribar influencias… Ese es el papel de la inteligencia, del estudio, del intelecto, de la razón, de las ideas: definir la realidad adecuadamente y de manera pública. El papel educativo y político de la ciencia social en una democracia es contribuir a cultivar y sostener públicos e individuos capaces de formular definiciones adecuadas de las realidades personales y sociales, y de actuar de acuerdo con ellas” – C. W. Mills, La Imaginación Sociológica (1959).

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